Es doctor en Economía de la
Universidad de Oxford, doctor en Ciencia Política de la Universidad de Sussex y
senior lecturer de la Facultad de Economía de la Universidad de Cambridge. Vive
en Inglaterra hace 40 años, pero tiene una relación muy cercana con Chile. Hace
años que viene expresando su opinión crítica sobre la falta de imaginación cómo
nuestro país intenta caminar hacia el desarrollo: dice que el modelo de
crecimiento exportador basado en cobre concentrado, astilla de madera y salmón
de tres kilos ya no da para más; “quizás nos ayudó a llegar a donde estamos,
pero no es una estructura productiva que nos permita seguir acortando la brecha
con los país desarrollados.” En su opinión, ésta es la trampa del ingreso
medio: “creer que para dar el paso siguiente basta simplemente con hacer más de
lo mismo, pero un poco mejor.” Propone la industrialización del sector
primario usando una política industrial donde no solamente se aplique un
royalty de verdad, sino uno que sea más alto “mientras menos elaborado sea lo
que exporta”. Acá la visión de alguien que vive lejos pero que mira de
cerca: José Gabriel Palma, un economista atípico.
¿Desde
dónde nos tenemos que poner a pensar en un nuevo modelo de desarrollo para
Chile?
Hay que acordarse que en el discurso hegemónico de la así llamada
‘centro-izquierda’, hay una falta de imaginación crítica en cuanto a modelos
alternativos de desarrollo que es lamentable. Pregunta: ¿quien se acuerda cuál
fue la última idea original que tuvo la ‘centro-izquierda’ hegemónica en Chile
en esa dirección? Mientras este grupo siga tomando pasivamente su inspiración
en el neo-liberalismo, no puede ser de otra manera. Como es obvio, la única
forma en la que dos bloques políticos puedan pensar básicamente lo mismo en
cuanto a modelos de desarrollo, es porque sólo uno está pensando… Y una vez que
la centro-izquierda tiró la toalla en cuanto a su imaginación crítica, su
autoestima se concentró casi exclusivamente en sus capacidades administrativas,
su preocupación por lo social (ya en la zona de rendimientos decrecientes), y
su sentido de ‘prudencia’ en lo posible.
En este esquema, forzar la imaginación para pensar alternativas que
puedan ser mejores no se puede intentar ni como hobby. Por el contrario, la
única forma en la cual la ‘centro-izquierda’ puede auto convencerse de que su
conocimiento es completo y evidente, es a través de una teorización dogmática,
la cual incluye módulos que parecen ser de revelación religiosa. Sólo así,
ellos, y cualquier otro que se mueva en esa dirección, puede tener la ilusión
de una comprensión total — de una perfecta simetría entre sus creencias, cada
día más neo-liberales, y la realidad. Desde esta perspectiva, la imaginación
creativa que nos pueda ayudar a dar el paso siguiente, no es simplemente una
aburrida pérdida de tiempo, sino algo más bien amenazante. Algo con el peligro
de destruir la frágil comprensión actual de lo real, y hasta eliminar el
significado del discurso. ¡Buscar ropa nueva para el emperador puede exponer
que ahora él está desnudo!
Cuando dos bloques políticos, por cualquiera razón, presentan al
electorado básicamente el mismo modelo de desarrollo, no nos extrañemos que
exista una desilusión generalizada con el proceso político. La encuesta
del CEP nos decía que aproximadamente cuatro de cada cinco chilenos quería
cambios fundamentales, como la re-nacionalización el cobre, pero esto se ignora
totalmente en la oferta política tradicional. Hoy la fuerza que empuja el
cambio sólo viene de la calle; y eso puede ser complicado. En especial, cuando
ésta se origina por la transformación abrupta de una larga alienación pasiva en
una explosión de rabia frustrada. Lo que los neo-liberales de todo color
político nunca han entendido es que el capitalismo desregulado genera tales
tendencias depredadoras que no sólo lo hace ineficiente, sino autodestructivo.
Tarde o temprano la mayoría deja de tolerar lo intolerable. Y esperar ese
momento para hacer el cambio tiene connotaciones de ruleta rusa.
En cuanto a pensar en formas de mejorar nuestro modelo de desarrollo,
algo que siempre me ha sorprendido en el discurso de la ‘centro-izquierda’, no
sólo en Chile sino también en toda nuestra América, es la absoluta ignorancia
de los modelos que se están implementando imaginativamente, y con tanto éxito,
en Asia. También, en la falsa ‘modernidad’ neo-liberal, el ‘modelo nórdico’
pasó al olvido como posible ruta al desarrollo. Concretamente, el modelo
asiático y el nórdico nos proporcionan dos ejes desde los cuales podemos
ponernos a pensar algo mejor para Chile. Algo menos desigualador y abusivo,
algo más eficiente e imaginativo.
Quizás el mayor éxito de la ideología neo-liberal fue convencer a la
inmensa mayoría, incluida por cierto nuestra ‘centro izquierda’, de que en el
mundo de hoy no hay alternativa al neo-liberalismo — o como decía la Sra.
Thatcher, del “TINA”: thereis no alternative. Esto es, cualquiera otra hoja de
ruta al desarrollo, no sólo es algo ‘pasado de moda’, populista e ‘ineficiente’,
sino, peor aún, un pacto auto-destructivo, de auto-inmolación. La Sra.
Thatcher, y con razón, en una de sus últimas entrevistas dijo que su mayor
éxito político fue el “New Labour” (o la “nueva izquierda”). Pinochet podría
perfectamente haber dicho lo mismo de los socialistas ‘renovados’. Pocas
ideologías en la historia universal han tenido tanto éxito en emascular a sus
alternativas. Peor aún, como diría Adorno, pocas tecnologías de poder han sido
tan eficientes como el neo-liberalismo en cuanto a su capacidad de delegar en
los dominados la administración de la violencia en la cual descansa. Piensen en
los gobiernos ‘progresistas’ de Chile, Brasil o Sudáfrica.
Cuando estuve en Chile en septiembre, di una presentación en la Facultad
de Economía de la Chile, y en el auditorio estaba un ex presidente del Banco
Central. Cuando me puse a hablar de la creatividad de los caminos alternativos
del Asia, inmediatamente levantó el dedo para decir: “esos países pobres no
tienen nada que enseñarnos”. Una aseveración tan insólita, de esas que llegan a
dar vergüenza ajena. Basta recordar los resultados de la última prueba
‘Pisa’ en lo educacional — de los 57 países no-Latinoamericanos participantes,
20 tienen un ingreso por habitante menor que el chileno; de ellos, dos de cada
tres obtuvieron mejor resultado que Chile
en la prueba de matemáticas.
Más aún, de insistirse en tamaña majadería (que no hay nada que aprender
de los países asiáticos de menor ingreso), ¿qué tal aprender al menos de los
países asiáticos de ingreso similar o mayor? Miren a Corea y Taiwán, con
ingresos bastante más alto que el chileno; o de países como Malasia, que están
cerca de nosotros. Lo más importante a aprender de ellos en economía política
(los de mayor y menor ingreso), no es tanto cómo crecer, sino como sostener ese
crecimiento en el tiempo. Lo fundamental a entender del Asia no es que Corea
tenga una tasa de crecimiento promedio anual del 7%, tasa que nosotros también
tuvimos por algunos años en los ‘90s, sino que Corea la ha tenido por 50 años
(multiplicando su PIB por 27). La tasa correspondiente para Chile durante ese
período es tan sólo del 4,2%, lo que nos llevó a multiplicar nuestro PIB por
menos de 8. Lo fundamental a aprender del Asia es cómo ser corredores de
maratón (sostener el crecimiento en el tiempo), en lugar de ser (cuando mucho)
corredores de media distancia (los ’90s en Chile).
No estoy diciendo que tengamos que copiar mecánicamente lo que se hace
allá, sino que hay que dejar atrás, de una vez por todas, aquella parte del
discurso hegemónico en Chile que dice (quizás con un dejo de prejuicio racial)
que sólo economías como Australia y Nueva Zelanda nos indican un camino
interesante de aprender. Y si de aprender de países desarrollados se trata, el
modelo nórdico es sin duda mucho más relevante para nosotros que el oceánico.
Para el caso de Chile, hay cosas que son absolutamente obvias que
deberíamos estar haciendo para movernos de una forma mucho más inteligente,
dinámica y progresista en una dirección que nos permita salir de lo que
comúnmente se llama la trampa del ingreso medio; la cual, en nuestro caso, es
más que nada una trampa ideológica: creer que para dar el paso siguiente basta
con hacer lo mismo — cobre concentrado, astilla de madera y salmón de tres kilos
— pero un poco mejor. Por ejemplo, en cuanto a un nuevo modelo de desarrollo,
éste, sí o sí, debería pasar por usar en forma mucho más inteligente nuestros
recursos naturales a través de industrializar el sector exportador primario.
Esto no sólo significa procesar el recurso natural, agregándole valor, lo cual
es ya muy importante, sino también desarrollar las industrias que tienen que
ver con los insumos que se usan para la extracción (en el caso de los salmones,
por ejemplo, los alimentos y las vacunas). El ejemplo histórico más
paradigmático es el Nórdico; y en Chile pocos se acuerdan (o quieren acordarse)
que en los ’60s Finlandia tenía un sector exportador maderero similar al
chileno (básicamente, astilla de madera, pulpa para diarios, y algo de cartón).
Hoy ellos están a años-luz de nosotros (igual que Malasia). Pero donde
realmente debería darnos vergüenza, pues no hay otra palabra, es en el cobre,
donde en lugar de pasar del fundido al alambrón, y de ahí para delante, vamos
marcha atrás, pues lo único que crece es el rudimentario concentrado — un
mineral con un contenido de metal de aproximadamente un 30%, resultado de una
flotación primitiva del mineral bruto pulverizado (proceso que se basa en la
hidrofobicidad del mineral). Y por molestarse en hacer eso, las grandes mineras
privadas se han apropiado en cada uno de los últimos siete años, de excedentes
del mismo orden de magnitud que el total de sus inversiones precedentes (esto
es, desde que llegaron a Chile). Así, han recuperado el total de sus inversiones
siete veces en este período — sin considerar los excedentes retirados en años
anteriores. ¡Qué generosidad la de la ‘centro-izquierda’! Para enviarla al
Guinness Book of Records (sección ingenuidad — por no usar otra palabra más
adecuada); ver enlace CIPER.
¿Pero
porqué ha pasado esto en la minería del cobre?
Como en tantas otras cosas, el neo-liberalismo nos quiere convencer, y a
menudo con tanto éxito, que para andar hacia delante tenemos que colocar marcha
atrás. El año 1970 el 90% de la exportación de cobre era fundido y el 10% era
concentrado, hoy vamos camino a un 50/50. En lugar de avanzar de concentrado a
fundido, de ahí a alambrón, y a alambre de cobre desnudo, a trefilado, tubos,
aleados, o forjados, en un proceso de ir agregando valor (y, porqué no decirlo,
también agregando soberanía e inteligencia), vamos hacia atrás,
atrincherándonos en lo más primitivo. Sólo un neo-liberal muy ‘moderno’, o un
socialista demasiado ‘renovado’ pueden pensar que eso es un paso adelante (una
estrategia de desarrollo efectiva para salir de la trampa del ingreso medio). Sí,
sin duda, los camiones son más colosales, las plantas chancadoras más
terroríficas, los químicos más eficientes (pues ahora nos permiten generar una
espuma mucho más estable sobre la superficie del agua y, así, mantener en forma
mucho más segura las partículas sobre la superficie), y ahora hasta usamos algo
de agua salada en el proceso (innovación que podría merecer la medallita
“Schumpeter”); pero de esa trinchera no salimos.
Lo que hay que entender es que no hay país de ingreso medio que haya
dado el paso siguiente — esto es superado la trampa del ingreso medio — sin
política industrial. Pero vaya uno a decirle eso a nuestros fundamentalistas de
mercado, incluido a los de la Nueva Mayoría, quienes no entienden ni el teorema
de Lipsey y Lancaster. Éste nos dice que si en el Asia se implementa
política industrial — y, por tanto, se incentiva fundir el concentrado chileno
allá —, un royalty que neutralice esa distorsión, y que nos permita al menos
llegar a una así llamada ‘segunda mejor alternativa’, o ‘secondbest’, tiene
sentido aún desde el punto de vista de la economía más ortodoxa. Pero para
entender eso hay que pensar con algo más que con la pura ideología, o los
modelitos que sólo sirven para embellecer la irrelevancia, o justificar lo
injustificable (VER NOTA CIPER).
Pocos en Chile parecen darse cuenta que, en cuanto a volumen, nuestro
mayor producto de exportación es basura (la ‘escoria’ del concentrado)… ¡Lindo
modelito de desarrollo! ¡La modernidad desatada! Como el concentrado tiene sólo
un 30% de cobre, de cada diez barcos que salen de Angamos a China, tres llevan
cobre y algunos metales preciosos (además de algo de molibdeno, azufre, renio,
selenio etc.), y siete llevan, literalmente, basura. No hay que ser un
medioambientalita furibundo para darse cuenta de la irracionalidad que es eso.
Y del absurdo, aún más increíble, que los economistas de ‘centro-izquierda’ lo
sigan justificando; y que el programa de Michelle Bachelet ni siquiera mencione
hacer algo al respecto. El teatro del absurdo llevado a la realidad. Ionesco
transformando un texto funesto en un juego burlesco.
¿Y porqué
no ha sido posible enfocar el desarrollo de este sector de una manera más
orientada a la creación de valor?
Lo que pasa es que cuando uno invierte en cobre, la renta minera, que es
la renta que se obtiene sólo por tener acceso al recurso natural, se obtiene en
el concentrado. Y aún en la actual Constitución, esa renta pertenece a todos
los chilenos. Cuando se avanza de ahí al fundido, y más allá, la rentabilidad
de la inversión adicional (si se hace bien) pasa a ser la normal a cualquier
actividad industrial (digamos, un 15% a un 20% de lo invertido). Ya decíamos,
las mineras privadas en Chile que exportan concentrado se han llevado, en los
últimos siete años, utilidades cada año equivalentes al total de la inversión
que han hecho desde que llegaron a Chile. Sólo en el concentrado se puede
obtener eso.
La característica fundamental del gran capital hoy en día es
precisamente esa: o se ganan esos niveles de retorno, ¡o para qué molestarse en
mover un dedo! La especulación en el casino financiero siempre está ahí como
alternativa. Un ejemplo en otra área: de acuerdo con un informe de la revista
Journal of NationalCancerInstitute, 11 de los 12 fármacos contra el cáncer
aprobados en 2012 por la ‘Administración de Alimentos y Medicamentos’ de EEUU,
se comercializan hoy en día a un precio de más de 100 mil dólares por año, por
paciente. Esto es, a más del doble de los ingresos medios anuales de los
hogares en dicho país (para qué decir del de otras partes del mundo). Para que
esta extorsión sea posible, las farmacéuticas tienen que tener, literalmente, a
los gobiernos en el bolsillo; y para que el absurdo del cobre sea posible en
Chile, se requiere que los economistas y políticos de la ‘centro-izquierda’
sean más tímidos que la selección chilena antes de Bielsa. Las primeras, o
ganan, vía extorsión, de forma que hasta AL Capone hubiese tenido vergüenza, o
para qué molestarse. Las segundas, o ganan anualmente más del 100% de lo
invertido, o para qué incomodarse. Como nos decía Michel Foucault hace algún
tiempo, Gobiernos domesticados son un componente esencial del ‘modelito’
neo-liberal.
¿Cómo se
revierte eso?
Ciertamente no por obra y gracia del Espíritu Santo (mercado). Lo que
propongo es, primero, un royalty apropiado que compense los subsidios e
incentivos que dan en Asia para que el mineral chileno se funda allá. Hasta
ahí, economistas ortodoxos y heterodoxos deberíamos estar de acuerdo. Esto es,
crear una situación en la cual la decisión de fundir en Chile o en Asia
dependiese de la eficiencia relativa de los procesos productivos de fundición
respectivos, y no de los incentivos y subsidios que se dan en Asia.
Ahora, si además de ese primer royalty emparejador de la cancha se tiene
el mínimo de ambición para dar el paso siguiente hacia el desarrollo (a lo país
nórdico o asiático), hay que pensar en política industrial. Si se quiere que
Chile se industrialice, nuestro nicho está por ahí. En este mundo globalizado
no se puede hacer cualquier cosa; hay poco espacio para voluntarismos
idealistas (algunas experiencias de América Latina muestran eso). Hay que
buscar nichos sólidos donde desarrollar ventajas comparativas creativas y
sostenibles. Y al igual que nuestra extraña geografía nos da una oportunidad
única en el mundo para desarrollar una gran agricultura de exportación
orgánica, no sólo mucho más sana sino también muchísimo más rentable que la
actual, nuestra riqueza en recursos naturales nos abre un gran espacio de
industrialización competitiva. En el caso concreto del cobre, entonces, lo que
propongo como política industrial es un royalty al concentrado que no sólo
empareje la cancha con Asia (digamos un 20%), sino también uno adicional (otro
20%, por así decir) que directamente castigue su exportación como concentrado.
A su vez, colocar un menor royalty total al fundido (digamos sólo un 20%), y
dejar exento de todo royalty al alambrón. Incluso se puede pensar en un royalty
negativo (o subsidio) a formas más elaboradas del cobre.
Y un asunto fundamental a entender es que todos esos royalties (como lo
hizo Balmaceda — el único Presidente en nuestros 200 años de historia
republicana que parece haber entendido realmente de economía) deben estar
basados en el valor bruto exportado, y no en las supuestas utilidades de las
mineras, pues hoy en día es mucho más fácil creer en el Viejito Pascuero que en
las contabilidades de las mineras. Éstas, al igual que muchas otras
corporaciones hacen desaparecer sus utilidades en forma mágica; como es sabido
hoy en Europa Amazon, Apple, Google, Starbucks, Vodaphone y tantas otras declaran
no tener utilidades contables — sólo trabajan por amor al arte (y su pasión por
el bienestar de los paraísos fiscales del Caribe).
En otras palabras, salvo que hagan alambrón, en Chile las mineras
privadas deberían pagar un royalty de verdad; y mientras menos elaborado es lo
que exportan, más alto el royalty que deberían pagar. Tan simple como eso. Esto
es, las mineras se podrían incluso llevar parte de la renta minera si hacen
alambrón (o similar), pues al menos dejarían algo interesante en Chile a cambio.
Hoy se lo llevan sólo por molestarse en hacer el primitivo concentrado. Sin ese
royalty diferenciado, jamás se va a industrializar el cobre en Chile. Lo que
hay que entender es que ya tenemos potencialmente todo lo que se requiere para
ello; como nos diría Gramsci, lo único que falta para movernos en esa dirección
es lograr hegemonizar el tipo de ideología que llevó a los países Nórdicos y a
muchos en Asia a hacer eso — pues como nos recuerda el gran pensador italiano,
más a menudo que no, aquél es el terreno donde se ganan o pierden este tipo de
batallas.
¿Tú crees
que en Chile hay la capacidad instalada para llegar y empezar a montar
industrias?
Después de 40 años de neo-liberalismo hay poca capacidad instalada en
ese respecto, pero ninguna razón para no construirla. Lo mismo pasa en la
madera; qué sentido tiene que Chile sea campeón mundial en exportar astilla de
madera (como lo es en otros productos primarios sin elaboración), pero no se de
la molestia de dar el paso siguiente, que es producir MDF, producto básico para
la industria de muebles. Gran parte de la inversión chilena en
el extranjero es sustituto a hacer eso: ir a hacer lo mismo a países
vecinos en lugar de profundizar lo que se hace aquí.
Pero si en Chile tú hablas de política industrial, la elite capitalista
inmediatamente lo entiende como grandes subsidios y regalías para que ellos se
molesten en moverse en la dirección adecuada. Pero, yo hablo de una política
industrial diferente, una asiática, una que ‘discipline’ a la elite
capitalista: ¡si quiere ganar plata, hay que hacer algo útil! ¿Es tan difícil
entender eso? Y, de no hacerse, al menos los royalties a la exportación de
productos primarios no procesados ayudarían al financiamiento público de la
educación, la salud, la infraestructura, la energía, etc.
Hay que romper con esa convicción de la elite capitalista rentista
chilena, que si el Estado quiere que tú hagas algo que tiene sentido, te tiene
que regalar plata a destajos para que tú te molestes en hacerlo. En el discurso
neo-liberal sólo se habla de zanahorias; en el modelo asiático, en cambio, se
combinan con el garrote… Ahí está la gran diferencia ideológica. Es el
pragmatismo ‘neo-confusionista’ asiático, como lo llamo. La otra diferencia
está en el rol directo del estado en la economía. Si tú miras el gasto público
chileno desde el retorno a la democracia, la inversión pública con suerte ha
llegado al 3% del PIB. No debería sorprender, entonces,
la escasez y mala calidad de lo que la teoría del crecimiento llama el ‘capital
complementario’, en especial la de nuestra “picante” educación y salud pública,
y la calidad de muchos otros servicios públicos fundamentales. Dan (o deberían
dar) vergüenza. Y en áreas donde el sector privado se ha mostrado totalmente
incapaz de desarrollar un producto o un servicio esencial, como es en la
energía y en las telecomunicaciones, el Estado tiene todo el derecho (yo diría
el deber) de intervenir. Si tú miras en Asia, la inversión pública no es sólo
mucho más alta que la latina, sino también se orienta a cualquier área donde
existan cuellos de botella para la economía, y donde se quiera hacer política
industrial. No hay tabú al respecto. Aquí en cambio sí lo hay, y al tabú, cuyos
fundamentos son sólo prejuicios ideológicos, se lo llama eufemísticamente
‘Estado subsidiario en el ámbito productivo’; a ese tabú allá lo llaman, en
cambio, ideología añeja Siglo XIX, con un poco convincente disfraz de
modernidad.
¿Y en
Chile cuales son los cuellos de botella que el Estado debe destrabar?
Primero, cuando los países son chicos como el nuestro y además están
dominados por cinco o seis grupos económicos, estos tienen mercados en los que
no hay competencia de verdad. Sólo compadrazgos. La economía chilena hace mucho
que dejó de ser ‘economía de mercado’, para pasar a ser ‘economía de grupos de
mercado’. Ahí el Estado tiene el rol fundamental de regular la competencia;
pero regularla de verdad (no sólo mandando acursitos de ética
profesional a los pecadores, como fue el caso reciente de las farmacias — hecho
que nos tildó de república bananera en casi todo el mundo). Ya mencionábamos la
educación (incluido la investigación y desarrollo), la salud, la energía y las
telecomunicaciones. En fin, esa idea que la inversión pública tiende a ser
sustituto más que complemento de la privada es sólo otro cuento de economista.
Con razón tienen que ignorar lo que pasa en Asia si quieren seguir repitiendo
eso.
Y para que el Estado cumpla su rol en forma efectiva, hay que pensar en
forma más imaginativa respecto del financiamiento del gasto público en
inversión en capital humano y físico. Por ejemplo, además de la pérdida absurda
de la renta minera en el sector no-Codelco, ¿qué sentido puede tener que en
Chile, a diferencia de casi todo el resto del mundo, las aguas de las lluvias
sean privadas? Eso es sólo lastre de la corrupción de algunos Chicago Boys&
Asociados durante el oscuro periodo de las privatizaciones — cuando dos
ministros (los dos Josés) se llevaron una buena parte de Endesa, y ésta se
llevó gratis casi todas las aguas no agrícolas (las que tienen que volver al
río luego de su uso). ¿Cómo puede tener sentido que cada vez que llueve, se
llenen algunos bolsillos privados? — y tan sólo por eso, ¡porque
llueve! Lindo modelito de acumulación el que se inventaron; como para
postularlos al así llamado (y mal llamado) “Nobel de Economía”… (VER NOTA CIPER)
Junto con recuperar los recursos naturales, no hay razón para que el
Estado no cree empresas mixtas con el sector privado; por ejemplo, para
proyectos hidroeléctricos sustentables en los cuales la contribución del Estado
pueda ser el agua de las lluvias (la cual, salvo en la doctrina ‘alcaponiana’
de los Chicago-Boys, es un bien público — VER NOTA CIPER
¿Y en el
caso de las telecomunicaciones?
En Chile se habla muy poco de la pésima calidad de las
telecomunicaciones. Sólo se habla del número de gente conectada a celulares y
al internet; pero de la calidad del servicio, ni hablar. Está ese famoso
estudio de la OCDE que muestra que Chile es un país donde se cobra el doble del
promedio de la OCDE por acceso al internet, pero en términos de velocidad sólo
se entrega la mitad. ¿Pero qué se puede esperar de un mercado donde no hay
competencia de verdad? Sólo empresas rentistas, con mercados cautivos, y
Estados domesticados. ¿De dónde va a surgir la necesidad de invertir e innovar?
Para qué decir la de la protección del consumidor.
¿Qué rol
le ves tú a la innovación dentro de este proceso?
En un país de ingreso medio alto, como el nuestro, un componente básico
de la innovación es el “aprender a aprender”. Cómo ser capaz de absorber nuevas
tecnologías, nuevas formas de hacer las cosas, de ir constantemente mejorando e
innovando, de ir absorbiendo y adaptando las tecnologías más desarrolladas del
mercado. En ese sentido si queremos pasar de astilla de madera al MDF, o del
concentrado al fundido, no necesitemos inventar nuevamente la rueda, sino saber
absorber y adaptar tecnologías existentes para hacer eso. Lo que se requiere es
imaginación y flexibilidad. En los procesos extractivos primarios ya la tenemos
— no por nada somos campeones mundiales en ellos. ¿Pero por qué va a ser tan
difícil hacer lo mismo en el paso siguiente?
¿Cómo se
maneja y se establece una mirada respecto de la sustentabilidad de los recursos
naturales?
Una de las pocas cosas inteligente que los economistas ortodoxos han
venido diciendo hace muchos años, por lo menos los más iluminados, es que el
mercado no tiene incentivos para cuidar de la sustentabilidad de los recursos
naturales. Hay un trabajo de Robert Solow de los años 50 en el cual ya discute
este tema. En términos simples, tomar decisiones de producción basados
solamente en costos marginales de extracción no va a tomar en cuenta, para
nada, la sustentabilidad en el largo plazo del medioambiente, y para nada el
hecho de que muchos recursos no son renovables. Por eso, uno de los roles que
sólo el Estado, y nadie más que el Estado, puede ejercer, es la regulación para
la sustentabilidad del desarrollo. Parte de la política industrial es hacer las
cosas no solamente de forma eficiente, sino en forma sustentable. Energía,
pesca, lo forestal son áreas donde este tipo de razones justifican una activa
participación del Estado. Pero hay grandes intereses que se oponen; y la
domesticación del Estado por parte del gran capital poco ayuda. Piensen lo
vergonzoso que fue lo que pasó hace muy poco con la ley de la pesca — cuando se
escogió a dedo a quienes se les otorgaban los derechos de pesca, los cuales
fueron dados gratis y, en la práctica, a perpetuidad. ¡Hasta algunas repúblicas
bananeras eran más sofisticadas!
¿Cómo
crees tú que hay que enfrentar esa negociación política?
Un aspecto fundamental del keynesianismo de la pos-guerra fue construir
una clara separación entre el Estado y el mercado, con un rol hegemónico para
el primero. El mercado era el que debía funcionar ‘supervisado’ por el Estado;
hoy día, en cambio, en nuestro neo-liberalismo depredador, es el Estado el que
funciona ‘supervisado’ por el mercado. Y su rol básico es facilitar las
prácticas rentistas del gran capital (como en la pesca y la minería privada del
cobre). Un aspecto fundamental del pensamiento de Keynes (aunque él no fue
el primero en decirlo) es que el gran capital desregulado no sólo se hace
ineficiente, sino se torna necesariamente autodestructivo.
Más aún, el capitalismo hasta ahora mostraba ser capaz de reformarse
después de cada gran crisis; sucedió en los ’30s y ’70s. Pero ahora parece no
tener idea como reformarse en medio de la turbulencia actual. Por eso, sólo por
un instinto básico de subsistencia, de mínima sanidad mental, el Estado (ahora
más que nunca) debería rayar la cancha en la cual se mueva el gran capital.
Junto a eso, está la defensa de los derechos de los consumidores, del medio
ambiente, de los recursos no renovables, el deber de proveer de una educación y
salud de alta calidad y gratuita particularmente a los grupos de bajos
ingresos, etc., etc. Sin embargo, hoy en día todos estas verdades son recuerdos
románticos del pasado, los cuales se re-introducen al discurso oficial sólo en
períodos de campañas electorales. (Es de esperar que ahora ‘la calle’ se los
recuerde más a menudo). Para que decir la necesidad de una política industrial
y comercial para salir de la trampa del ingreso medio. En el seudo-modernismo
neo-liberal eso es herejía que requiere del castigo de la nueva Inquisición. Lo
que hay que entender en todo esto es lo que Adorno nos decía respecto del
seudo-modernismo neo-liberal: “Hoy en día, el recurso a la modernidad, no
importa de qué tipo, con tal que sea suficientemente arcaico, se ha convertido
en universal.”
Imagínese, que cosa más increíblemente ‘moderna’ que en Chile el 1% se
lleve el 30% del ingreso. Al menos en Asia las oligarquías no sólo se pueden
llevar una proporción muy inferior del ingreso, sino que para poder hacerlo,
tiene que invertir una proporción mucho más alta del ingreso; además de
innovar, competir, y entregar resultados. En nuestra ‘modernidad’ latina, en
cambio, las oligarquías criollas se auto-otorga (como si fuese por derecho
divino) el poder y los privilegios de que gozan. En el Asia las oligarquías
están (por así decirlo) a contrato temporal, y para renovarlo necesitan
entregar resultados; en nuestra América, en cambio, tienen ‘tenure’ (contratos
de por vida). La gran diferencia entre el comunismo burocrático y el ‘modelo’
neo-liberal que nos rige, es que en el último la burocracia, aquella que lo
decide todo para su propio beneficio y tiene todo el poder para hacerlo, ahora
está en el sector privado — el famoso 1%. Más aún, su nueva tecnología de
poder (el neo-liberalismo a lo ‘Anglo-Ibérico’) ha mostrado hasta ahora tener
tal efectividad y sofisticación, y tal capacidad de emascular a las
alternativas progresistas, que hasta los regímenes militares quedaron
obsoletos.
Como se ha argumentado, la proposición central del Darwinismo es que un
sub-grupo en una población va a sobresalir respecto de los demás si tiene
algunas características, que los otros no tienen, lo cual lo hace mejor
adaptados a un medio-ambiente específico. Eso no tiene nada que ver con el
‘valor intrínseco’, o superioridad moral del sub-grupo. Sólo con tener lo que
se requiere, dada las circunstancias.
Por eso, una forma simple de entender qué es el neo-liberalismo es la
siguiente: cómo crear artificialmente un nuevo ‘medio-ambiente’ donde el
capital, por sus características, pueda ser el rey — mientras que el
trabajo, por su creciente inseguridad, pueda ser mantenido a raya. Esto es, el
abrir la cuenta de capitales, regalar la renta de los recursos naturales (no
sólo las mineras, sino también el agua de la lluvia, la pesca, etc.),
‘flexibilizar’ el mercado del trabajo, ‘liberalizar’ los mercados financieros
domésticos, ahogar en crédito, domesticar al estado, independizar la política
monetaria de la voluntad popular, etc., etc., son sólo mecanismos para crear
artificialmente un nuevo medio-ambiente — una vuelta a una forma de capitalismo
puramente predatorio — donde las habilidades del capital sean las más
afortunadas. En la selva, ¡el capital es el que reina! Lo demás es
cuento.
De ser así, al neo-liberalismo se lo podría interpretar como una etapa
‘regresiva’ en la evolución humana, pues, como nos dice Albert Einstein,
siguiendo a ThorsteinVeblen, el Socialismo no es más que un intento de superar
la etapa depredadora en la evolución humana. Para Einstein el neo-liberalismo
(o neo-conservadurismo, como se llama en Estados Unidos), no es más que lo opuesto:
reafirmar dicha etapa arcaica.
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