Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible en Johannesburgo (Sudáfrica) septiembre de 2002

Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible en Johannesburgo (Sudáfrica) septiembre de 2002

Entrevista a Paolo Cacciari



In decrescendo, para cinco voces (IIII). Oriol Neira y Stefano Puddu

Entrevista a Paolo Cacciari

¿No te parece que la crisis energética –aún más que la ambiental– nos plantea una situación donde las tesis de Marx sobre las bases materiales que estructuran el orden social adoptan un paralelismo inesperado con los análisis ecológicos sobre sostenibilidad?

La crisis energética presenta diferentes aspectos emblemáticos: la saturación de contaminantes a la atmósfera provocada por la combustión de materiales fósiles, el agotamiento de los recursos naturales (no sólo petróleo sino también uranio, metales preciosos, diamantes…), el combate interno en el capitalismo para el control de los yacimientos y las reservas energéticas…

Marx y Engels tenían bien presente de qué manera la creación de plusvalía era fruto de la explotación conjunta del trabajo y de los factores naturales de producción. Marx había escrito: «El trabajo no es la fuente única de toda riqueza. La naturaleza es la fuente de los valores de uso (y en esto consiste la riqueza efectiva) tanto como lo es el trabajo, el cual, a su vez, es la manifestación de una fuerza natural, la fuerza de trabajo humana». Esta es la teoría del «recambio orgánico» entre la naturaleza y el trabajo humano. Al principio de El Capital, Marx escribirá: «El trabajo no es la única fuente de valores de uso […] el trabajo es el padre y la tierra la madre». Giorgio Nebbia nos advierte que fue Engels, de los dos, el más atento a las cuestiones ambientales. En un ensayo de 1876, incluido en Dialéctica de la naturaleza, Friedrich Engels escribió: «el animal se limita a hacer uso de la naturaleza exterior, al mismo tiempo que la modifica únicamente con su presencia; el hombre hace que pueda ser utilizada para sus objetivos; transformándola, la domina. Ésta es la diferencia última y esencial entre el hombre y los otros animales y una vez más es el trabajo el que genera esta diferencia». Y continúa: «Ahora bien, hace falta no hacerse demasiadas ilusiones respecto a nuestra victoria sobre la naturaleza: porque la naturaleza se venga de cada victoria nuestra […] A cada paso se nos recuerda que nosotros no dominamos la naturaleza como un conquistador domina un pueblo subyugado, que no la dominamos como quien es externo y extraño sino que le pertenecemos como cuerpo y sangre y cerebro y vivimos en su vientre; todo nuestro dominio sobre la naturaleza consiste en la capacidad, que nos eleva por encima el resto de sus criaturas, de conocer sus leyes y de utilizarlas de la forma más apropiada».

Marx y Engels también habían entendido claramente como la industrialización de masas habría dado un ritmo alocado al proceso de transformación de la sociedad y del mundo físico. Pero su acento –como es sabido– recayó en la vertiente social, mientras que las consecuencias catastróficas sobre la biósfera (que, sin embargo, habían estado previstas por geógrafos y naturalistas contemporáneos suyos) no tuvieron el peso necesario. Finalmente, el marxismo ha sido absorbido por una idea progresista y positivista del desarrollo científico y tecnológico, y por su capacidad de encontrar siempre nuevas formas para superar los límites naturales. Para los marxistas el problema era el de controlar la potencia de la maquinaria termoindustrial para dirigirla en la buena dirección, es decir, hacia la mejor distribución de las riquezas producidas. No se percataron de que el mal (la distorsión que hace aumentar las incompatibilidades sociales y ambientales del sistema) se halla en la lógica misma del sistema productivo. Se ha necesitado mucho tiempo para llegar a entender que la ciencia y la tecnología no son potencias neutras. La inteligencia colectiva, la investigación y sus aplicaciones no son libres: siempre hay alguien que las encarga y estan condicionadas por el contexto económico que las pone en marcha, exactamente igual que como ocurre con cualquier actividad heterodirigida, alienada y mercantilizada.

Ahora bien, el colapso del sistema económico basado en la premisa de un crecimiento ilimitado así como las catástrofes socioambientales cada vez más evidentes (desertización, crisis alimentaria, urbanización, migraciones, etc.) parecerían señalar un «final de recorrido» debido a la maduración de las contradicciones internas. La catástrofe arrastra a todo el mundo, comenzando por los sujetos considerados antagónicos, los trabajadores asalariados, las clases subalternas. Desmenuzada y extenuada en la fragmentación globalizada de las tareas, la fuerza de trabajo parece no lograr reconocerse como clase en la dimensión adecuada, hoy necesariamente planetaria.

En un escenario de decrecimiento, ¿qué aspectos, prácticos y teóricos, habrían de ser reconsiderados en relación al tema del trabajo?

Pienso que debe ponerse mucha atención en la noción ‘decrecimiento’. Una cosa es el decrecimiento real, aquel que nos cae encima de una forma concreta como consecuencia de la crisis interna del sistema de desarrollo capitalista (es decir, depresión, reducción del poder de compra de los salarios, desvalorización del trabajo, destrucción de las economías de subsistencia, etc. hasta la inevitable militarización del planeta). Otra cosa, bien distinta, es el decrecimiento voluntario, escogido, autogestionado. El primer caso conduce al paro y a la desesperación; el segundo, supone la liberación del trabajo útil y creativo. Creo que John Holloway tiene mucha razón cuando dice que la contradicción fundamental, insalvable, dentro del capitalismo, no es entre capital y trabajo, sino entre por un lado, trabajo subordinado, atrapado en la producción de plusvalua en beneficio del capital, y por otro, trabajo vivo, útil, autodeterminado. Toda persona tiene un impulso positivo orientado a la actividad, al hacer, una capacidad transformadora de carácter altruista, no utilitarista, pero que actualmente se canaliza dentro una división técnica del trabajo y finalmente acaba exprimida y usada para finalidades que el individuo ya no comparte. Esta especie de milagro al revés es realizado por la industria, con la desresponsabilización de cada persona respecto de la tarea colectiva. Pensemos en los productos mortíferos, los armamentos, la química, la biogenética… Cuando se dice que la democracia se detiene a las puertas de la fábrica quiere decirse exactamente eso: ya no son los hombres y las mujeres quienes han de decidir sobre su trabajo, sobre qué, cómo y para quién producir, sino que lo hacen las elites que dominan los mercados económicos.

El decrecimiento, por lo tanto, es un proyecto político y un movimiento de opinión para la transformación de la economía, liberada del mito del crecimiento ilimitado de las mercancías; una economía que preconiza relaciones sociales, comportamientos colectivos y estilos de vida individuales que se basan en la sostenibilidad ambiental y en la solidaridad entre las personas y las poblaciones.

Entre los actores que van a estar implicados en la transición, más o menos traumática, hacia el decrecimiento, están los sindicatos: ¿qué papel pueden desempeñar? O dicho de otra forma: ¿qué habría que transformarse en los sindicatos actuales para que pudieran jugar un papel positivo en ese período de transición?

Existen experiencias sindicales realmente interesantes en Italia. Por ejemplo, algunas estructuras territoriales de la CGIL (uno de los sindicatos mayoritarios) han redescubierto la dimensión local, municipal, de la acción sindical, implicando a la administración local y a las comunidades de sus habitantes. Conozco experiencias de la ACLI (asociación de trabajadores católicos) que redescubrieron la dimensión de autodefensa mutualista en el sector de la vivienda (autoconstrucción y autofinanciamiento) y de la lucha frente a la subida de los precios (grupos de compra solidaria, donde distintas familias se organizan para comprar directamente a los productores). Algunas categorías (funcionarios públicos) se han movilizado en torno de luchas contra la privatización de bienes comunes (agua y otros servicios públicos locales). El sindicalismo de base, tradicionalmente más combativo, se plantea el problema de la innegociabilidad de algunos valores como la nocividad dentro y fuera del trabajo.

Sin embargo, sabemos que los sindicatos estan sometidos a una fuerte presión respecto a la precarización, fragmentación y etnización de las relaciones laborales. Solos, los sindicatos no podrán resistir. De ellos, empero, es legítimo esperar un discurso nuevo sobre la sociedad que ha de venir, más deseable para todos los trabajadores. Mientras los sindicatos sigan siendo prisioneros de las lógicas económicas redistributivas subalternas, puramente defensivas, de resistencia, no podrá haber grandes cambios. Me gustaría imaginar un sindicato que empezara a cuestionar realmente los modelos y los valores del trabajo. Un sindicato que descubriera las economías alternativas, solidarias, autogestionadas y que las hiciera valer en las negociaciones con sus contrapartes, públicas y privadas.

Las RES (Reti d’Economia Solidale, Redes de Economía Solidaria) empiezan a ser visibles. Muchas ferias de la otra economía han surgido por toda Italia con un éxito de público inesperado. Las ganas de empezar por uno mismo, de modificar comportamientos y estilos de vida, es contagiosa. Las administraciones locales estan presionadas por demandas impensables hasta hace poco (organizar la recogida de residuos puerta a puerta, ampliar las zonas peatonales y los carriles-bici, los mercados rurales, las subvenciones para las energías limpias, etc.). Las asociaciones para un decrecimiento sereno, feliz y autogestionado van creciendo.




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